La Leyenda de San Salvador de Cornellana por Manuel Antonio Arias

Manuel Antonio Arias, Manolo el maestro, que así se llamó nuestro apreciado polígrafo, natural de Corias de Pravia y afincado por matrimonio en Lanio.
Creador de las cartillas Amiguitos, que muchos de nosotros recordamos de aquella etapa infantil de imborrable recuerdo y brillante escritor en asturiano con el seudónimo de Antón de la Braña.
Fue miembro del RIDEA, Real Instituto de Estudios Asturianos y padre del escritor y profesor Luis Arias Argüelles-Meres.
Hay quien opina que la leyenda que narra los orígenes del Monasterio de San Salvador de Cornellana y que nos recuerda la fundación de Roma, fue obra de uno de sus monjes, y sin embargo otros se la atribuyen al propio Manolo Arias. Sea o no el creador de la leyenda, lo que si es cierto, es que lo relata de una forma preciosa que paso a contaros tal como él la escribió:

"Ocurrió este hecho, como es de suponer, en una época que se pierde en la noche de los tiempos. Se alzaba entonces la Casa de Doriga- hoy propiedad de los herederos de aquel gran señor que se llamó D. Indalecio Corugedo-, como decía, se alzaba entonces la Casa de Doriga en el paraje denominado de Sienra, sito entre Doriga y Moratín, lugar este último del que salió un día rumbo a la capital de las Españas el abuelo del autor de "El sí de las niñas".
Tenían entonces los señores de Doriga, entre otros hijos, un pequeñuelo de pocos meses, al que cuidaba un aya, que paseaba con el niño por los parajes que hoy ocupan las extensas pomaradas que reptan suavemente por las faldas del valle.
Un día, tal vez por entretenerse demasiado escuchando las palabras de amor de un mozo, dejó el aya al pequeñuelo unos momentos sobre la hierba del prado, y su distracción fue aprovechada por una enorme osa, que, cogiendo al niño por la ropa y sujetando ésta con los dientes, echó a correr valle abajo, en dirección al Narcea, perdiéndose pronto de vista en el espeso bosque que rodeaba al rio por entrambas orillas.
El aya, como es de suponer, comenzó a gritar. El resto de los servidores oyeron los gritos. Se enteraron los señores del caso. Y todos, con la angustia reflejada en el rostro, bajaron corriendo rumbo al rio, pero sin grandes esperanzas de rescatar al tierno vástago doriguiano.
Corre por aquí, busca por allá, al ver que nada encontraban en la orilla derecha del Narcea, hubo un mozo valiente que cruzó las aguas a nado y siguió buscando por la orilla opuesta, perdiendose entre el laberinto del bosque, siempre expuesto a encontrar la osa y tener que luchar con ella sin más armas que sus brazos y una rama de castaño que había cogido.
Y como la suerte favorece muchas veces a los audaces, los hados le fueron propicios al valiente mozo, pues al detenerse a escuchar en un rincón de la arboleda, llegó a sus oídos un ruido extraño, dió unos pasos con el consiguiente sigilo y no tardó en ver algo que lo dejó maravillado: la osa, que con el niño bajo el vientre se dejaba mamar por el pequeñuelo, el cual -como Rómulo y Remo con la loba- debía encontrar sabrosísima la leche del animal, ya que chupaba con verdadero placer.
Grita el fiel servidor, huye la osa, es devuelto el niño a sus padres, y estos, en acción de gracias, hacen construir una iglesia en honor a San Salvador y tallan en piedra la escena del niño mamando a la osa, talla que aun se puede ver hoy por quienes visiten Cornellana".





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